viernes, 10 de septiembre de 2010

¿Por qué bautizamos?
Porque desde el comienzo del cristianismo los cristianos entendieron que el Jesús resucitado, antes de reunirse con su Padre, dio el mandato de bautizar: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los dias, hasta el fin del mundo.” (Mateo 28,19-20) De esta manera el Bautismo fue a partir de Pentecostés (Hechos 2), y sigue siendo hasta el día de hoy, una celebración central en la vida de las comunidades cristianas. Para las iglesias de origen luterano y reformado el Bautismo es uno de los dos Sacramentos reconocidos, porque es una práctica que Jesús mismo ordenó y dejó como encargo a sus seguidores y seguidoras. El otro Sacramento lo constituye la Santa Cena o Cena del Señor.


¿Qué significa el Bautismo?
Ningún esfuerzo ni rendimiento humano nos pueden traer ni asegurar el amor y la gracia de Dios. Fue Dios quién dio comienzo a un nuevo Pacto con la humanidad, un Pacto de redención y salvación. Ese Pacto Él lo hizo porque nos ama infinitamente e incondicionalmente. El Bautismo, expresa ese amor que Dios nos tiene, expresa la salvación que Dios quiere para cada persona. Por eso el Bautismo es un don de Dios, un regalo a través del cual Él nos muestra que nos ama así como somos. En el Bautismo se expresa y marca radicalmente que todo lo que hizo Jesucristo también lo hizo por la persona bautizada. Es por eso que el Bautismo nos une a la vida, a la muerte y a la resurrección de Jesucristo y nos da el nombre de “cristianos”. El Bautismo nos muestra y marca que somos propiedad de Cristo y que somos incluidos al Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia (en un sentido amplio).
En este sentido el Bautismo es la invitación constante que nos hace Cristo de ser sus seguidoras y de formar parte de su gran comunidad, que es la comunidad de todas las personas que en Él creen.
De esta manera podemos decir, que por un lado el Bautismo es un regalo a través del cual Dios nos muestra que su promesa de amor y de misericordia es una realidad en nuestras vidas que se hace presente por lo que hizo Jesucristo y por lo que sigue haciendo por medio del Espíritu Santo. Por el otro, el Bautismo es el llamado a ser sus discípulos, es la invitación a construir y a basar nuestra vida –todos los días de nuevo- a partir de ese regalo de Dios. El Bautismo es uno solo y se realiza una vez, porque ese regalo de Dios Él lo hizo una vez y para siempre. El llamado a vivir a partir de ese regalo es constante, porque la vida del ser humano es imperfecta y débil.

Bautismo es acción de Dios, a nosotros nos toca reaccionar
En el Bautismo la acción inicial y principal siempre es de Dios. Él actúa y su acción nos llama a reaccionar. Dios nos regala su amor y su misericordia por amor y no porque nosotros lo hayamos merecido. Cuando se trata del bautismo de niños, como es en la mayoría de los casos en nuestra iglesia, corresponde a la comunidad, a los padres, a las madres, a los padrinos y a las madrinas ayudar a los niños a “abrir ese regalo” para que lo conozcan, para que lo puedan llevar consigo en el día a día y puedan hacer de ese regalo su sustento diario. En otras palabras: para que ese regalo que es el Bautismo tenga efecto, es necesario conocerlo, aceptarlo y vivir a partir del mismo. Es decir, lo que el Bautismo proclama y promete se cumple en la medida en que se cree y en que se busca vivir como discípulos y discípulas de Cristo. Como dice en el Evangelio de Marcos 16,16: “El que crea y sea bautizado, será salvo”. De esta manera la vida cristiana, según Martín Lutero, es como un morir y un renacer diario.

Pedro Kalmbach (de Revista Vida Abundante sept/oct 2010)

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